Fernando Rubio. Apenas nos habíamos asentado por el suelo, o en alguna roca viva de presencia geológica, o en algunas sillas plegables previsoras. Habíamos sido puntuales: no podíamos hacer esperar a Federico.
Con linternas nos ayudábamos en el acomodo. Formamos como un semicírculo ante el trípode iluminado que iba a ir soportando los papeles pergeñados con textos para el poeta. El moderador ya nos había recordado los condicionantes por los que nos regimos cada año (¡Con éste, cuatro!).
A los pocos minutos, ya cerca de las diez y media, (o acaso cerca de las once, que el reloj no nos preocupaba) nos fue apareciendo una visita con la que no contábamos aunque era su tiempo. Lentamente asomó su corona de flores de azafrán tras los perfiles redondeados de la Sierra de la Contraviesa. Detrás ella, su cara de pandero lorquiano que esta vez Preciosa no venía tocando. Se fue descoronando hasta quedarse con su luz redonda. Despacio, caminando hacia el oeste, nos acompañó, silenciosa y lejana. Esta vez “la luna vino a la fragua / con su polisón de nardos”.
Los campos de alrededor nos regalaban su silencio. No hacía calor. Descansaba el aire. Ni una ligera brisa. No se agitaba ningún abanico. Alguien, ante el trípode, leía sus sentidas palabras. Y entonces sucedió: un soplido intangible hizo volar los papeles. Sólo un instante. Y volvió a suceder cada vez que un nuevo lector recitaba o leía los versos de sus papeles. Ningún rostro, ningún flequillo, ninguna vela, ninguna “pashmina” se agitaba. Pero los papales se ondulaban suaves y persistentes. Todos veían el rebullir de los papeles pero no sentían el soplo…
Agotadas las canciones hechas con versos de Federico y la generosa bollería que algunas almas piadosas repartieron, además de la oportuna limonada con yerbabuena, ya pasada de largo la media noche, se hicieron algunos comentarios sobre los extraños soplos. Alguien insinuó que acaso Federico…
Desde el día siguiente los papeles con palabras dedicadas al poeta están, apretados en un tarro de cristal, bajo alguna laja ya perdida del suelo de la era. Es el cuarto tarro. Habrá otro más cada año y vendrán más, ojalá también con escritos agitados por un vientecillo suave, apenas incapaz de apagar una vela, acaso también con origen desconocido… ¿O mágico?
Fernando Rubio
Agosto, noche del 17 al 18 del 2019
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