
El jueves por la noche llegó, al XXV Festival Jazz en la Costa de Almuñécar, el jazz en su vertiente más contemporánea . El responsable fue el pianista Jacky Terrasson, un potente músico hiperdotado que utiliza su portentosa técnica para explorar el lado más poético y romántico de su instrumento, el piano.
Nacido en Francia aunque descubierto para el jazz en los Estados Unidos, Terrasson está considerado como uno de los mejores pianistas continentales. Cercano al mundo onírico-musical de Miles Davis, la conjunción entre el virtuosismo del teclista y la convivencia con sus compañeros habituales de trío hacen que sus actuaciones sean un prodigio de compenetración musical de la que se ha escrito que es un diálogo más que un concierto.

Terrasson, admirablemente apoyado por el trío formado por Burniss Travis y Justin Faulkner, hizo una exhibición de las posibilidades narrativas de su instrumento. Sus largas piezas son en realidad anchos y elásticos paisajes, con valles y montañas, con acantilados y cumbres borrascosas junto plácidas lagunas de agua cristalina; casi películas enteras por su imaginación y capacidad descriptiva. Sus interpretaciones de temas propios o ajenos (Caravan o St Thomas por ejemplo) son frescas y originales, riquísimas armónica y emocionalmente, y con un entusiasta ritmo casi deportivo a veces. Su sentido global del jazz incorpora las músicas populares, chanson y hasta La Marsellesa llegado el caso (que llegó), directa o tangencialmente, con apenas apuntes, guiños, fugas o notas perdidas; armando temas piezas que llevan muchas otras improvisadas dentro: como ejemplo paradigmático pongamos la versión del Smile de Charles Chaplin.
Sus compañeros fueron excepcionales en sí y entre sí, con un fantástico baterista, Justin Faulkner, tan musculoso y vertiginoso cuando procedía como todo lo contrario si lo pedían piezas como ese Round midnight final. Y en el medio un contrabajista (eléctrico para el calipso de Sonny Rlins), Burniss Travis, con ese raro sentido poético que tanto escasea en ese gremio, y que potenciaba el lirismo de las fases (la más Jarrett) más ingrávidas y románticas de la noche. Un concierto que fue un regalo.
